El Estado, la Institución, se devora, o mas bien una guerra de comisionistas?
La Constitución del 78 fue el precio que se pagó para que nadie se sintiera malherido en su ego. El antiguo régimen se disolvió en el nuevo, paulatinamente, a plazos y con desconcierto en muchos momentos. Se pasó de jurar una lealtad, ante Dios, a otra lealtad, con el mismo Dios por testigo. Él siempre de testigo mudo, el mejor testigo que pueda existir.
El cambio de bando –ideológico– personal, fue la nota mas destacada, a mi entender, de los egos intervinientes en las décadas posteriores al 78.
El estar cerca del poder es básico para el buen comisionista. Hoy se utiliza la palabra corrupto en nuestros lares para describir al comisionista que no cumple con sus deberes con el fisco.
Los comisionistas de la capital del Estado se han escandalizado ante la posibilidad de tener competencia en la segunda capital del Estado: su poder se manifiesta azuzando banderas y lo que sea menester. Esto también se puede escribir en sentido inverso. Depende de la situación geográfica del narrador de los hechos.
La escena se desarrolla bajo el guión que se actualiza diariamente desde los poderes del Estado ubicados en Madrid y en Barcelona. Los personajes cumplen con su papel de servidores del Estado.
Es cierto que los egos desenfrenados no tienen límite. Pero hemos sido educados para que triunfe nuestro ego sobre el de los demás. Y esta es la lucha y la consecuencia de subestimar al otro.
Veremos en los próximos días el desenlace –aún no escrito– y el pacto del Estado consigo mismo.